Samsung llevaba desde el mes de enero tentándonos con un nuevo y prometedor miembro de la familia Galaxy S25. El pasado 13 de mayo lo anunció, y desde entonces un servidor ha podido utilizarlo como móvil personal. Hablo, como no, del Galaxy S25 Edge, un dispositivo que prometía cambiar las reglas del juego y ofrecer ese aire fresco que le hacía falta al sector de la telefonía desde hace años.
Es innegable que lo ha conseguido: Samsung ha fabricado un móvil de solo 5,8 mm en el que cabe el mejor rendimiento del año, una de las mejores cámaras del sector, materiales de altísima calidad y una pantalla de 6,7 pulgadas espectacular. Todo, recogido en un grosor sorprendente y un peso de solo 163 gramos.
¿Perfecto? No. Samsung ha dado una de cal y otra de arena con este Galaxy S25 Edge. Si bien la experiencia de sostenerlo en la mano es única y sorprendente, también tardas poco en darte cuenta de que no es un móvil para todo el mundo. Hay una decisión muy mal tomada en este dispositivo, y la lista de características que lees antes de comprarlo así lo refleja: batería de 3.900 mAh.
Esta cifra generó controversia cuando Samsung anunció el Galaxy S25 Edge, y no es para menos. Su batería, autonomía y carga rápida eclipsan el espléndido trabajo que ha hecho la surcoreana con este móvil. Es una mesa con tres patas. Algo que da la sensación de estar inacabado, pero con un precio de objeto de lujo: 1.259 euros.
Tengo muchísimas sensaciones encontradas con este Galaxy S25 Edge. Por un lado, me encanta su diseño, su ínfimo peso y ese grosor de 5,8 mm que demuestra el poderío de Samsung a la hora de diseñar y fabricar. En el lado contrario de la balanza, están las carencias con las que necesitas lidiar para tener todo lo anterior. Es un dispositivo que te pone entre la espada y la pared, recordándote su mejor y peor versión cada momento que lo sostienes en la mano.
El Galaxy S25 Edge es una obra de ingeniería
Voy a empezar por lo bueno, por esa parte que no solo me ha gustado, sino que me ha sorprendido como pocos móviles lo han hecho en los últimos años. Poder tener un dispositivo de 6,7 pulgadas que pesa 163 gramos es una gozada. Si además sumas a la ecuación el grosor más fino de la historia de los Galaxy, obtienes un resultado increíble. Sublime.
Samsung ha revolucionado un poco el panorama, ofreciendo una alternativa muy interesante al nicho de los móviles compactos. El Galaxy S25 Edge no es pequeño, pero su peso y grosor ofrecen esa sensación de tener entre las manos un terminal relativamente compacto. Todo esto, mientras echas un vistazo a una pantalla muy bien optimizada y de buen tamaño. Tiene lo que buscas en un móvil grande y, a la vez, en uno pequeño.
Y, ojo, no solo me refiero al tamaño: Samsung ha incluido su panel más avanzado. La pantalla del Galaxy S25 Edge presume de tecnología AMOLED LTPO X2, 120 Hz adaptativos, HDR10+, una resolución 1.440 x 3.120 píxeles y un brillo máximo de 2.600 nits.
Es una de las mejores pantallas del panorama actual, y un componente que no ha sido condicionado en ningún aspecto por el grosor o el peso. Algo, por ejemplo, que también ocurre con el rendimiento. Samsung ha optado por la crème de la crème: un procesador Qualcomm Snapdragon 8 Elite.
Es el mismo que puedes encontrar en el resto de la serie Galaxy S25, un chip que ofrece un rendimiento espectacular, que maneja el procesado de las fotografías con la mayor calidad posible y que es a todo lo que puede aspirar un móvil de gama alta. Cero problemas de rendimiento, fluidez máxima y una gestión de la temperatura, pese al grosor, buenísima.
En esencia, el Galaxy S25 Edge ofrece una experiencia muy similar al resto de la serie S25, rebajando el grosor y el peso sin condicionar detalles como la pantalla o el rendimiento. Puede no parecer muy sorprendente, pero cuando lo sostienes en la mano y lo admiras durante un minuto, es posible darse cuenta del gran trabajo que ha hecho Samsung para mantener esos detalles rebajando tantísimo las cotas del terminal.
El primer sacrificio, la cámara
Samsung sabía que en algún momento debía hacer sacrificios, y la clave de la experiencia estaba en cómo los afrontaría. La cámara ha sido el primero, y si bien el grosor se cobra su primera víctima, la compañía ha sabido —en parte— solventarlo. El sensor teleobjetivo ha desaparecido de la ecuación. El Galaxy S25 Edge no tiene zoom óptico, una carencia importante en la época que vivimos, sobre todo en un móvil que supera los 1.200 euros.
La buena noticia es que Samsung ha sabido poner un parche a esta situación. La cámara principal no es la de 50 MP que incluyen los Galaxy S25 básicos: la compañía ha montado el sensor de 200 MP del Galaxy S25 Ultra. ¿El motivo? Poder hacer un recorte en la focal principal para ofrecer ese zoom x2. No es óptico y tiene cierta pérdida, pero la alta resolución permite obtener unos resultados decentes.
Para muchos, donde me incluyo, no es suficiente, aunque ese zoom digital puede ser solo un pequeño condicionante con el que convivir a cambio del grosor y el peso reducidos. Además, es necesario recordar que el sensor principal hereda los resultados del Galaxy S25 Ultra, una de las mejores experiencias fotográficas del año.
Ha sido una buena estrategia por parte de Samsung, dejando claro que no se puede tener todo, pero que con trabajo se pueden paliar algunas carencias. El Galaxy S25 Edge te permitirá hacer fotografías de calidad, con un color sublime y un zoom ‘normalito’ para los retratos y esas veces que necesitas capturar algo en detalle.
¿Es el móvil que recomendaría para un amante de la fotografía? Puede que no, pero porque en mi opinión, la versatilidad en las distancias focales forma parte de lo necesario a la hora de tener el mejor desempeño. Ahora bien, si el zoom no es importante para ti, este Galaxy S25 Edge está a la altura de los más grandes.
Con la autonomía llega la decepción
Samsung tenía todo en su mano para hacer un móvil sobresaliente, novedoso y rompedor, pero por algún motivo se ha dejado fuera de la ecuación el elemento más importante: la batería. Los 3.900 mAh del Galaxy S25 Edge no solo parecen escasos, lo son. Ofrecen una autonomía mediocre que roza lo ridículo cuando nos referimos a un móvil de gama alta.
Puedes pensar que es lo normal, que no se puede reducir el grosor de un móvil tantísimo y no sacrificar la capacidad de su batería. Y, lo cierto es que esto era así hace un tiempo, pero no ahora. La moda de los móviles finos no es casualidad: tiene cabida gracias a las baterías de silicio-carbono.
¿Qué es esto? Una tecnología que permite tener una mayor densidad energética en el mismo espacio o, explicado de otra forma, la posibilidad de hacer una batería mucho más pequeña con la misma cantidad de mAh. Es ahí donde reside la moda de los móviles finos, ese motivo por el que se han puesto de moda y muchos fabricantes han empezado a desarrollarlos.
El problema de Samsung es que no ha utilizado esta tecnología. Se ha sumado a la moda de los móviles ultradelgados sin recurrir a las baterías que los hacen posibles. El resultado es, muy a mi pesar, decepcionante.
La autonomía es la base para disfrutar de un móvil, es la cifra que mide cuánto tiempo puedes pasar haciendo fotos con una gran cámara, viendo vídeos con una pantalla de calidad o jugando con un procesador superpotente. Samsung se ha preocupado de tener lo mejor de lo mejor en cada apartado, pero no ha tenido en cuenta el nexo que une todo: una batería que no te obligue a parar.
En términos prácticos, la batería del Galaxy S25 Edge ofrece dos experiencias: mala y desastrosa. En el mejor de los casos, empezarás a gestionar el consumo energético a mitad del día, viendo como es complicadísimo, por no decir imposible, llegar a la noche con el móvil encendido.
La cosa tiende a lo dramático cuando pretendes pasar todo el día fuera de casa y estar haciendo fotos, con un brillo del panel alto y sacándole jugo a sus especificaciones. En estos casos, las horas de pantalla activa pueden oscilar entre las 2,5 y las 3 antes de ver cómo el Galaxy S25 Edge se apaga.
El problema ya no está en que su autonomía sea mala —que lo es—, se trata de un móvil que no puedes utilizar para irte de vacaciones tranquilamente. Esa escasa batería condiciona tu tranquilidad cuando no tienes un enchufe cerca y tira la experiencia por el suelo, haciendo que te plantees si realmente es buena idea hacer esa foto, utilizar el GPS o subir el brillo porque no ves bien la pantalla.
La guinda del pastel la pone la carga rápida. Samsung podría haber paliado ligeramente esta mala autonomía con una buena cantidad de W, pero ha incluido un máximo de 25 W. Una carga de 60-70 W hubiese sido un soplo de aire fresco para este Galaxy S25 Edge, pues una potencia así habría recargado una batería tan pequeña en pocos minutos, «solucionando», con muchas comillas, la situación. Samsung no ha querido gastar esa bala.
Esta carga tan lenta hace que debas planear con antelación cómo utilizar el dispositivo y cuándo vas a cargarlo, algo que te lleva a estar enchufándolo siempre que pretendes salir de casa durante un buen rato por miedo a quedarte tirado. En esencia, una experiencia que no quieres cuando pagas una cifra de 1.259 euros por un smartphone.
¿Merece la pena el Samsung Galaxy S25 Edge?
⭐⭐⭐⭐
Puntuación: 3.5 de 5.
A pesar del problema en la autonomía y la carga, sigo pensando que Samsung ha fabricado un gran dispositivo. El Galaxy S25 Edge es muy ligero, extremadamente fino, muy potente y, quitando la batería de la ecuación, ofrece todo lo que se puede esperar de un gama alta actual. Pero, lamentablemente, tiene un condicionante que hace muy difícil su recomendación.
Con el Galaxy S25 Edge vas a tener una de las mejores cámaras del momento, una pantalla increíble, un diseño que es la envidia de todo el sector y el rendimiento más avanzado del año. Contar con todo esto en un móvil de 163 gramos con 6,7 pulgadas es excepcional y un soplo de aire fresco increíble para el mercado. Pero…
Lamentablemente, la experiencia de la autonomía tira por tierra cada una de estas bondades, hace que tengas que estar gestionando cada acción, te limita en muchas ocasiones y, al final, te das cuenta de que no merece la pena tener un móvil tan fino que solo puedes exprimir al máximo nivel durante unas pocas horas al día.
Tras tenerlo en mis manos durante más de 15 días, tengo la sensación de que Samsung ha experimentado con este Galaxy S25 Edge, como si se tratase de una especie de beta para ver cómo reacciona el mercado a los móviles finos. El problema, por supuesto, es que te lo cobra como un dispositivo maduro al que no le falta nada, cuando no es así.
Tras todos estos días tengo algo bastante claro: no puedo recomendar un móvil, por muy excepcional que sea, cuando la autonomía no permite disfrutar de todas esas bondades que la marca se ha preocupado de incluir.
Si lo compras, vas a disfrutarlo muchísimo, pero no durante mucho tiempo. Como ese increíble y fugaz plato de menú degustación que te deja con ganas de más.
Samsung, nos vemos el año que viene con el Galaxy S26 Edge y su, espero, batería de silicio-carbono.