Como parte de las entrevistas que hago de manera cotidiana en Yayo Pinto, donde trato de enseñar una visión de la sociedad dominicana con coraje y optimismo, conocí a los muchachos de “Apolo 27”; David Disla, Angello Ortiz y Vantroi Morillo, ninguno de estos jóvenes ha cumplido 25 años. Uno de ellos estudia para ser desarrollador de software, otro estudia Mecánica y el último ya es ingeniero de Electrónica y de Comunicaciones. Ya esto, en sí mismo, es singular, porque son profesiones poco comunes en nuestra juventud, disciplinas para las que hay que tener un alto nivel de matemáticas y uno aún mayor, de curiosidad.
Estos tres jóvenes forman parte del equipo denominado Apolo 27, el cual fue una iniciativa de la universidad dominicana, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Dicha universidad organiza grupos de jóvenes que compiten internacionalmente en las disciplinas tecnológicas más avanzadas y con esto logran que nuestra juventud comparta en escenarios internacionales con más jóvenes de distintas universidades del mundo.
El grupo Apolo 27, compitió en un concurso organizado por la NASA, llamado “The NASA Human Exploration Rover Challenge” o “Desafío de Exploración Humana de la NASA” en español, donde jóvenes de todas las universidades participantes comparaban destrezas para la creación y puesta en funcionamiento de un vehículo de exploración espacial denominado “Rover”.
Pensaríamos que la juventud dominicana ya con participar y competir en este evento, siendo de los clasificados para viajar a las oficinas de la NASA y allí, presentar sus proyectos, tendrían un reconocimiento importante y habrían culminado una jornada exitosa. Sin embargo, para sorpresa de muchos pesimistas que habitan entre nosotros, y que, para mí, con su desesperanza constituyen la principal amenaza para la dominicanidad, nuestros muchachos no solo participaron, sino que consiguieron el primer lugar en la categoría “Remote Control” y segundo en “Human Powered”. La primera categoría se refiere a rovers que son operados a distancia por un operador, en lugar de ser impulsados por un piloto humano; y la segunda, se trata de un rover impulsado únicamente por la fuerza humana sin asistencia motorizada.
En los años que tengo como profesional del derecho, como activista político y como actor económico de nuestra sociedad, he presenciado y he escuchado sobre muchas historias de superación. Entre ellas, he encontrado siempre la razón para creer en mi país, para reconfortarme por la fuerza que tiene nuestra gente y sobre todo, para creer en que nuestra cultura y modo de vida tendrán futuro mientras los seres humanos caminen en la tierra u otros planetas…
Ahora bien, asumiendo el riesgo de parecer grandilocuente o exagerado, ninguna de esas tantas historias que he podido ver y escuchar, ya sea, por ejemplo, de ascensos de la pobreza extrema a la prosperidad económica o de aquellos jóvenes estudiantes con los que compartía en las aulas y que hoy han llegado a las más altas magistraturas del Estado, o inclusive cuando recuerdo a mis preferidos de la diáspora dominicana que arriban a costas extranjeras y las conquistan a puro pulmón. Todos esos ejemplos palidecen en comparación con lo que me enseñaron al contarme sus experiencias como parte del equipo de Apolo 27, David, Angello y Vantroi. Ya sea porque Angello habló de su madre con un deseo de impresionarla que habría hecho sonreír a la virgen María; o porque David me contó que, aunque no pudo ir al viaje con el resto de su equipo, el triunfo era el mejor regalo que Dios le podía haber dado; o, también, pudo haber sido por el humor con el que me contaron lo que ellos se llevarían empacado si se fueran a vivir a la luna… En fin, no sabría decir cuál de todas sus vivencias me impactó más. De lo que sí estoy seguro de que me llevaré de mi experiencia en la tierra, es que esos tres carajitos me dieron una bofetada de alerta. Y vi en la sinceridad de sus miradas, en lo puro de sus sueños, en lo increíble de su determinación, la plena seguridad de que esta tierra que llamamos dominicana tiene de todo para ofrecerle a la raza humana.
Si, entre mis lectores, existiere algún agnóstico, ateo o cualquier otro de los nombres que se ponen los incrédulos, les invito a enterarse de cómo estos muchachos, con su imaginación y saliendo de nuestros barrios, conquistaron el espacio al vencer en la NASA a todos sus homólogos. Si esa historia no convoca la presencia de Dios entre nosotros, nada más lo hará.
Yo, por mi parte, me siento honrado de haberlos conocido, y estoy seguro de que, entre ellos, habrá algunos que pasarán a la historia de nuestro país por sus emprendimientos, y lo que es aún más importante, lo harán Dios mediante en la historia de la humanidad. ¡Vamos muchachos!